sábado, 13 de marzo de 2010

Literalidades

por Mariana Libertad Suárez

Literalidades 1: La madre


Había estado trabajando hasta la media noche. A las doce y siete se puso de pie, bajó las escaleras y salió del edificio. Caminó media cuadra, cruzó hacia la izquierda tratando de llegar a la avenida Baralt. Al tercer paso, el hombre se le acercó por detrás y la sujetó por el cuello con la mano derecha. Le metía los dedos de la mano izquierda por debajo de la falda. Entre gemidos animales susurró “dame lo que tienes, mamita”. La mujer dio un giro de ciento ochenta grados hasta quedar frente a frente con el agresor, abrió sus fauces al estilo Moby Dick y lo tragó sin siquiera masticar. Físicamente íntegro, el hombre luchaba por escapar de ese vientre ahora abultado, mientras la futura (¿o presente?) madre, se acariciaba la panza con mirada ensoñadora.

Literalidades 2: La santa


Tenía once años, varios meses viviendo en la calle y un par de piernas largas y flacas. Le encantaba jugar en las escalinatas del calvario, abrir los brazos e imaginar que era un avión, planeando entre las nubes. Un día, en medio de su juego, alguien la tomó por la cintura, le recostó un bulto caliente y rígido en las nalgas y le dijo: “Tranquila, mi santa, esto no te va a doler”. Mientras el hombre soliviantado le bajaba los pantalones, ella cerró los ojos y se llevó las manos a los oídos. Fue una medida sensata. Bárbara quería atenuar el ruido de un trueno por caer. Ése que fulminaría, sin dejar rastro, a aquel sujeto y todas sus insatisfacciones.


Literalidades 3: La zorra

Desde niña la gente cuestionó sus faldas cortas, sus zapatos de tacón altísimos y sus muslos gruesos. Ella no hizo caso, sus piernas eran motivo de orgullo y placer. Cuando contaba con veinticuatro años, salió de una tasca donde había estado sola, bebiendo cervezas y escribiendo poemas durante cuatro horas y media. Dobló en la esquina para acceder al bulevar, pero antes de llegar, alguien se le atravesó balbuciendo impudicias. Quiso explicarle al macho famélico que ella no estaba interesada en su propuesta pero, al parecer, él odiaba las negativas. De un empujón, la puso contra la pared y, antes de lamerle el rostro, le dijo “¡Cállate zorra!” Ella lo miró fijamente, como tratando de reflejar sus palabras con el iris. En ese preciso momento las piernas del hombre flaquearon y se sintió doblegado. Su tamaño se redujo casi a un octavo, su cara comenzó a tornarse hocico, al tiempo que desde su orificio anal se asomaba una cola prensil, lisa y desnuda. La piel de ella se hacía cada vez más parda, cada vez más rojiza y la punta de su larga cabellera se encaneció hasta quedar completamente nívea. La media luna dio la señal: zarigüeya frente a zorra. Era la hora de la cena.

Literalidades 4: La bruja


Sobre la tarima, la vieron bailar la danza del vientre. Los velos caían uno tras otro entre aplausos y silbidos. Al terminar, entró al vestidor y salió sin maquillaje, luciendo un pantaloncito de pana beige y una pequeña franela azul celeste. Pasó junto a la barra para marcharse del restauran y vio cómo alguien le tendía la mano diciéndole “embrújame”. Aunque las yemas de los dedos le rozaron los senos, ella esquivó la impertinencia e intentó seguir su curso. Aquella voz de embriaguez onerosa le solicitaba un hechizo cada vez con menos prudencia. Ante los gritos, los presentes se carcajearon. Ella miró de reojo -justo antes de cruzar el marco de la puerta- al pobre hombre que era más güisqui que ser humano. Serena, masculló un conjuro y le dio la espalda. Dicen que el hombre gritó dos o quizás tres veces más, nadie puede precisarlo. En lo que sí están todos los testigos de acuerdo es en que al momento de verla salir, el beodo se llevó las manos a la garganta y cayó en medio de una convulsión al suelo. También hay unanimidad en torno a que su rostro se desfiguró y el hombre llegó a parecer un didelfo agonizante. Nadie logra explicar cómo fue que su cuerpo se explotó, ni en qué momento bajaron los zamuros a comer los trocitos restantes. Pero todos comprendieron la moraleja: Nunca se debe acosar sexualmente a una encantadora de profesión.

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